Equidad en chimpancés

cooperación en chimpancésSi los humanos hemos sido capaces de construir sociedades altamente sofisticadas es gracias a la capacidad de cooperar para alcanzar un objetivo común. Dicha cooperación requiere, entre otras cosas, llegar a pactos en los que ambas partes salen ganando. Esto va en contra de la tendencia general de la selección natural, que parece favorecer comportamientos egoístas para obtener la máxima ganancia a costa de los demás. Sin embargo, es bastante razonable pensar que una característica tan típicamente humana como el sentido de la justicia esté ya de algún modo presente en otros animales, sobre todo en los que están más cerca de nosotros desde el punto de vista evolutivo.

Esto es lo que viene a confirmar un reciente trabajo, realizado por científicos estadounidenses, que aparece publicado en la revista PNAS: los chimpancés adultos tienen un cierto sentido de la equidad, que les lleva a cooperar para alcanzar una recompensa en circunstancias en que un comportamiento egoísta les llevaría a perderlo todo.

Los investigadores diseñaron una versión modificada del juego del ultimátum y se la presentaron a seis chimpancés del centro nacional de investigación con primates de Yerkes, perteneciente a la Universidad de Emory. En el juego, muy utilizado en economía, un jugador debe ofrecer parte de una recompensa a otro jugador; si éste acepta, ambos se llevan la mitad del premio, pero si la rechaza porque es abusiva ninguno se lleva nada. Los humanos, en general, suelen hacer propuestas “generosas” para asegurar que obtienen algo, y esto es precisamente lo que los investigadores vieron en los chimpancés. En cambio, cuando el segundo jugador no tenía influencia en el resultado, los animales se comportaban más egoístamente. Pasando el juego a 20 niños de edades comprendidas entre 2 y 7 años, los resultados fueron exactamente iguales a los de los chimpancés.

Es cierto que se trata de tan sólo seis animales, pero los resultados parecen confirmar que el sentido de “lo justo” es un rasgo que estaba ya presente en el ancestro de chimpancés y de humanos, o bien que se ha desarrollado independientemente en ambas especies aunque con características mucho más refinadas, lógicamente, en humanos. Como decía, esto no debería extrañarnos porque, en el fondo, somos herederos de todas las innovaciones evolutivas acaecidas en las distintas líneas que llevaron hasta nuestra especie. Lo que no hemos recibido es la capacidad de hacer daño, la venganza, la malicia; pero tampoco el altruismo, la generosidad. Todo eso, por lo que parece, lo hemos “inventado” nosotros…

Los genes que necesitamos para crear una sociedad

Algunas «soluciones» biológicas son tan importantes que han aparecido múltiples veces durante la evolución, fenómeno que los científicos llaman evolución convergente. El ojo, por ejemplo, o la capacidad de volar, han aparecido independientemente en grupos de animales muy distintos. Algo similar sucede con la eusocialidad, que es la capacidad de desarrollar un sistema de castas en el que algunos individuos se sacrifican por el bien de la comunidad. Uno piensa inmediatamente en las hormigas o las abejas, pero -sólo en insectos- el comportamiento eusocial ha aparecido once veces por caminos independientes.

La revista PNAS acaba de publicar el trabajo de científicos de la Unviersidad de Cornell, en Estados Unidos. Los investigadores han leído el genoma de nueve especies de abeja, que representan tres vías distintas de alcanzar la eusocialidad, y lo han comparado con el genoma de Apis mellifera, la típica abeja doméstica. Algunas de éstas forman sistemas sociales muy rígidos, mientras que en otras la eusocialidad está en un estado más primitivo. Con la secuencia genética a la vista, los científicos han buscado genes sometidos a fuerte selección en cada una de las especies (otro día debería explicar cómo se hace esto), llegando a una sorprendente conclusión: aunque han alcanzado la eusocialidad por separado, todas han utilizado genes similares. O sea, que podemos hablar de una especie de «caja de herramientas» genética que ha permitido el desarrollo de la eusocialidad, al menos en insectos. ¿Tendremos nosotros algo parecido?