A vueltas con nuestro pasado

genoma neandertalCuando parecía que el asunto del genoma de neandertales y denisovanos, y su presencia en humanos modernos, ya había quedado en el olvido, dos nuevos trabajos de investigación publicados en las revistas Nature y Science vuelven a llamar nuestra atención. En esta ocasión, lo que han hecho los científicos es la continuación lógica de lo anterior: ¿qué «partes» del genoma de neandertal son las que han quedado fijadas en los genomas humanos modernos? Aunque me parece tan interesante (si no más) la pregunta contraria: ¿qué regiones del genoma neandertal NO han dejado rastro en nuestros genomas? ¿Por qué?

Todo esto, y más, lo afrontan los investigadores de ambos artículos. Utilizando dos estrategias diferentes, llegan a conclusiones muy similares. Por un lado, confirman lo que ya se sabía: los humanos que vivimos fuera de África llevamos entre un 1% y un 2% de ADN neandertal. Lo curioso es que no está presente de modo homogéneo: algunas regiones de nuestro genoma son extraordinariamente ricas en ADN neandertal (hasta un 60%). Esto quiere decir que las variantes neandertal de los genes de esas regiones fueron ventajosas para los humanos modernos que salieron de África y se encontraron con los neandertales, hace unos 60.000 años. De hecho, al analizar la función de esos genes resulta que tienen que ver con el color de la piel y el vello corporal, así que la aportación neandertal pudo haber sido crucial para la adaptación al clima frío y poco soleado de Europa. Por desgracia, parece que también adquirimos en ese momento algunas variantes genéticas que predisponen a enfermedades como la diabetes.

También sucede lo contrario: nuestro genoma tiene auténticos «desiertos» en los que apenas hay ADN neandertal. Lo cual, evidentemente, significa que las variantes neandertal de esos genes eran desventajosas y por eso nos las hemos quitado de encima. Según los científicos, parece que esas variantes disminuían la fertilidad de los descendientes de neandertal y humano moderno, de ahí que fuesen transmitidas con menos eficacia y se perdiesen después de unas 10.000 generaciones.

En esta ocasión, el análisis ha sido posible porque ya existía una secuencia de genoma neandertal de alta calidad para compararla con genomas humanos modernos. Pero lo más intrigante de estos trabajos es que expanden enormemente las posibilidades de hacer auténtica «paleogenómica»: reconstruir (o resucitar, como dice el título de uno de los artículos) genomas arcaicos, partiendo desde cero. Por ejemplo, en teoría sería posible hacerse una idea bastante buena de cómo era el genoma del ancestro común de neandertales y humanos modernos que vivió hace 600.000 años, aunque nunca seamos capaces de leer su genoma directamente. Y esto sí que sería fascinante.

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